sábado, 1 de septiembre de 2012

Relato II - Uzkartaros

Segundo cuento presentado en el Foro de Fantasía Épica [www.fantasiaepica.com] para un concurso ambientado en altamar; dicho cuento me valió el primer lugar del desafío. 
Aquí la consigna:

En la historia del género fantástico en general y la fantasía épica en particular se han creado infinidad de mundos diferentes, pero casi todos comparten algo: tienen mares y costas. El mar puede ser simplemente un lugar de paso, una etapa en el viaje del héroe o una frontera; puede ser un campo de batalla, el tenebroso hogar de monstruos primigenios o un brillante camino hacia la esperanza, lo desconocido o el hogar perdido. Y si nos ponemos románticos, hay pocos escenarios que puedan reflejar un abanico tan amplio de emociones: la furia de las olas embravecidas, la melancolía del ocaso sobre las aguas en calma, el caos ciego del maelstrom, la inquietud del mar de fondo...
En fin, dejad volar la imaginación, pero hacia un lugar húmedo y salado, las arenas de una playa, los muelles de un puerto, las profundidades del océano o la cubierta de un barco.

Bases:

-El relato deberá tener como escenario el mar o la costa, y ser de género fantástico.
-La extensión será de entre 1 y 4 folios en formato Word o similar, interlineado sencillo y fuente Times New Roman 12 (un poco más largo que de costumbre, para variar).


- Uzkartaros -

El día era frío y gris, con nubes bajas y abultadas, que se iban extendiendo tierra adentro al ser empujadas por ráfagas de viento venidas desde el Mar de Targos.

“Son los vientos que traen malas noticias del mar” solía decir su abuelo, que había sido un marinero avezado y que ahora, retirado, solo navegaba en las espumosas cervezas que la taberna del pueblo podía ofrecerle.
Para un joven como Varkhen, que solo contaba con diecisiete veranos vividos, aquello era el mismísimo aburrimiento; estaba cansado de historias y deseaba vivirlas. Por ese motivo se había escabullido de sus obligaciones.
Mientras fantaseaba sobre guerreros y monstruos, mujeres hermosas para enamorar y niños a los que salvar, todas aventuras más allá de su pueblo natal, un destello en la arena atrajo su atención. Al acercarse un poco más descubrió que se trataba de una botella de cristal blanco que la marea había arrojado a la playa.
Era común que el mar arrojara, cada tanto, cosas semejantes, pero había algo en aquella botella que la hacía distinta a otras: sus intrincados diseños geométricos. Y más importante aún, más prometedor, era el pequeño rollo que se podía ver en su interior.
Con premura, Varkhen quitó el corcho que protegía el contenido de la botella y luego se las ingenió con sus dedos para extraer el fajillo de hojas, evitando que se rasgaran debido a su impaciencia. La tarea fue un poco costosa, pero finalmente lo consiguió.
Una vez extraído del interior, se apresuró a desenrollarlas. Al final, se dio cuenta que lo que parecía mucho, en realidad se trataba de unas pocas hojas pequeñas, hojas del tipo que se encuentran en diarios personales que uno puede llevar encima, en un bolsillo.
Las inspeccionó con atención y se percató que estaban escritas de ambos lados, con una caligrafía que le resultaba elegante (aunque para él cualquier otro era elegante comparado con su forma tosca de escribir).
Como ya suponía, se trataba apenas de unas páginas arrancadas de un diario, con un breve vistazo descubrió además que no se trataba de algo completo; las hojas estaban fechadas y se notaba que habían sido cuidadosamente elegidas para entrar dentro de la botella.
Se sentó en la fría arena de la playa y se dispuso a leer.

Dunerost, 19 – 780, Año de la Serpiente.

¡Finalmente zarpamos del Puerto de Anuar! Tras largas horas de retraso en puerto, escuchando graznar a las escandalosas gaviotas, el barco “Tritonis” se hizo a la mar. ¡Mi alegría no puede ser más que desbordante! ¡Cuando lleguemos a Feniorim podré presentarme ante la Casa de la Memoria y unirme a sus filas de historiadores!
He esperado cinco largos años para poder hacer este viaje, y, finalmente, estoy a poco más de un mes de cumplir mi sueño más anhelado: escapar de las opresiones y obligaciones impuestas por la tradición.

Varkhen dejó de leer y pensó: “Menuda suerte la tuya, y yo aquí”. Con una sensación ambivalente de simpatía y envidia por el autor de aquel escrito, siguió leyendo.

Cuando el barco levó anclas, me quedé en la cubierta para observar a los hombres que, obedeciendo las órdenes del capitán Hankel, iban de un lado para el otro para encargarse de los aparejos; pude ver a varios de ellos subir por los palos como si se tratara de esos simpáticos monos que viven en las selvas del sur. Otros, por su parte, desenrollaban cuerdas y dejaban libres las velas, que se hincharon instantáneamente al atrapar el viento. Hinchadas como nubes blancas, se podía apreciar la roja insignia de las naves de Anuar: el águila y la espada.
Con las velas desplegadas, casi de inmediato sentí que el barco adquiría mayor velocidad y me emocioné de ver alejarse la costa de lo que había sido mi hogar, pero que, a la larga, se terminaría convirtiendo en mi prisión si no hacía algo.
Mientras el barco avanzaba hacia mar abierto, tuve tiempo para recordar la expresión de mi padre cuando le dije que me iba, que renunciaba a mis derechos. Lamenté tanto darle este disgusto, pero ¿qué me esperaba de seguir allí? ¿Convertirme en una mujer casada? ¡Jamás! Preferiría morirme a semejante destino.
El pobre viejo nunca lo terminará de entender, pero por lo menos ha permitido que me fuera en “viaje de estudios”, salvando así el honor de la familia. Era eso o una hija prófuga. ¡Ahora que lo pienso no le he dado muchas oportunidades!

Varkhen gruñó con evidente sorpresa y exclamó en voz alta: - ¡Hasta una mujer es capaz de irse de su casa! Tú por lo menos has podido irte de tu encierro – guardó silencio brevemente y, mirando la botella que estaba a un lado y las hojas que sostenía, agregó con una media sonrisa que no mostraba humor alguno, más bien un preocupado interés por saber lo acontecido a la autora de aquellas palabras – Aunque tal vez deberías haberte casado, así seguirías viva.
Luego prosiguió.

Dunerost, 21  – 780, Año de la Serpiente.

Hoy hace un tiempo maravilloso. El mar es de un azul oscuro y se extiende por doquier, apenas si hay nubes y el sol resulta ser todo lo cálido que puede serlo en estas fechas otoñales.
Decidí pasar el día en cubierta junto a mi nuevo amigo Lyoren, clérigo del dios Thares; quién, según me ha contado, es la quinta vez que viaja a Feniorim. Es un buen hombre (¿acaso no lo son todos los seguidores de ese dios?), afable y fortachón, aunque más pareciera un viejo guerrero que un religioso; tal vez se explique por el hecho de que solía acompañar a las ejércitos en sus “años mozos”. De todos modos, es una grata compañía, y ha prometido guiarme cuando lleguemos a Anuar, ya que conoce bien la Casa de la Memoria.
A media tarde, el capitán Hankel nos mostró a unos visitantes muy divertidos: delfines. Los muy descarados parecían jugarnos una carrera, dando saltos y llamando nuestra atención. En definitiva, se comportaban como críos.
El resto del día transcurrió de forma amena, entre gritos y canciones marineras. A pesar de que el capitán Hankel ha sido muy encantador, no es de los hombres que (…)

Varkhen no supo que clase de hombre era el Capitán Hankel, pues la siguiente hoja no tenía nada que ver con lo que había leído. La segunda hoja estaba empezada incluso.

(…) alterados, insistieron un rato más, pero luego los delfines se fueron y no volvieron a aparecer en todo el día. Tal vez mañana vuelvan.

Archerost, 2 – 780, Año de la Serpiente.

Es el tercer día que no sopla el viento, y desde hace dos que el cielo se ha ido llenando de nubes grises; sólo el ánimo de algunos marineros le pone color a unos días aburridos y monótonos. El capitán Hankel lanza epítetos jocosos aún, pero me he dado cuenta que observa el cielo con una mirada extraña, cauta.
Durante la noche, escuché a dos marineros comentar algo acerca de que “no se ven las estrellas” y que “increíblemente el capitán está perdido”. En verdad no es nada tranquilizador escuchar algo semejante. Cuando las voces de los marineros se alejaron por el pasillo, fui a reunirme con Lyoren y comentarle lo que había escuchado. Creo que esperaba que él me tranquilizara, después de todo, me recordaba a mi padre.
Me equivoqué. Estaba inquieto y cuando le comenté lo que había escuchado, asintió, se puso mas serio y murmuró algo que yo ya sabía, pero que no me quería dar cuenta.
Los delfines no habían vuelto.

Archerost, 7 – 780, Año de la Serpiente.

Se supone que es de día; aunque la única forma de darse cuenta es que el cielo tiene un tinte gris brillante, sin ese matiz violáceo opaco. Lo peor de todo es el mar tan quieto y lleno de niebla. No se ve nada. Desde hace tres días que paso todo el tiempo que puedo acompañada. No me gusta estar en la cubierta a solas, e incluso en los camarotes, me cuesta quedarme sola a la hora de dormir.
Lyoren cree que cuando se despeje, podremos ver dónde…
Los marineros están gritando.

Archerost, 8 – 780, Año de la Serpiente.

Necesito escribir, necesito ordenar lo que ha ocurrido, porque no termino de creerlo, pero es que es imposible. Oh, dioses benditos, y el olor… el olor sigue en el aire.
Cuando escuché a los marineros gritar, me dirigí a la cubierta y, en medio de la neblina,  vi a un grupo de ellos que señalaban algo que estaba en el agua. Escuché que se daban órdenes entre ellos para atrapar algo con unos ganchos.
Cuando me acerqué por la borda, para ver de qué se trataba, me inquieté terriblemente. El agua del mar estaba calmada, pero había algo más, su superficie estaba cubierta por una pátina de sustancia oleosa y pardusca, parecía una mezcla de limo y algas putrefactas. Sea lo que fuere esa sustancia, tenía un aspecto desagradable, por no mencionar el tufo.
Mientras me recuperaba del golpe nauseabundo, los marineros se habían encargado de subir lo que había causado el griterío inicial. Era un cofre, un cofre de madera vieja y arruinada, con unos remaches metálicos que estaban oxidados y daba toda la intención de desarmarse en cualquier momento. El cierre del cofre era horrible; era, o parecía ser, un rostro semihumano y sonriente. Aunque no estoy segura de ello, porque antes de que pudiera prestarle mayor atención, uno de los estúpidos marineros, lo forzó y lo rompió con un arpón.
Al principio, lo único que surgió del cofre abierto fue ese olor nauseabundo, aunque mas intenso y que le provocó arcadas a la mayoría de los que estábamos allí. Y luego, la sombra líquida empezó a desparramarse, a desbordarse, agitándose y palpitando.
No puedo definirlo de otra manera, era como tinta viviente y buscó a los que estaban más cerca de ella, el estúpido que había abierto el cofre quiso (…)

Varkhen tomó la siguiente hoja pero, para su decepción no era la continuación que esperaba y para su horror, ésta hoja estaba sucia por borrones de tinta y manchada de sangre seca.

(…) se replegó en la oscuridad con movimientos deslizantes y no lo vimos más; para ese entonces el hombre había dejado de gritar.
Creímos que podíamos encerrarlo en la bodega, pero se ha dividido en dos, o algo semejante. Lyoren dice que se está reproduciendo a través de los cuerpos que va consumiendo, que así es la Semilla de Uzkartaros.
Intentaron volver a enfrentar a la criatura haciendo que (mancha de sangre que cubre la página) y varios de los hombres que fueron heridos se han enfermado de (la tinta esta emborronada)
A los enfermos los encerramos en la bodega por orden del capitán Hankel, pero (mancha de sangre) las “semillas” se movieron hacia nosotros desde varios lugares, deslizándose las más jóvenes y saltando con sus pequeñas patas las más desarrolladas, matando a los pocos que quedaban con sus (borrón de humedad) y muerte horrible.
Arriba todavía se escucha el gorgoteo del primer Uzkartaros y pareciera que se ríe, o es que ya me estoy volviendo loca.

Archerost 11 – 780, Año de la Serpiente.

No sé lo que escribo, ni si volveré a hacerlo.
Lyoren, Hankel y yo nos separamos del resto de la diezmada tripulación. Estamos encerrados en el camarote del capitán.  Se escucha a los demás marineros en otra parte del barco, me pregunto si podrán  defenderse con esos arpones y las antorchas.
El fuego parece detenerlos pero deberíamos haberlo intentado antes, ahora creo que es demasiado tarde. Deberíamos incendiar toda la nave.
El capitán Hankel quiere que lleguemos a cubierta, y a los botes. Es nuestra única posibilidad para escaparnos. Mientras él y Lyoren se preparan, yo escribo estas últimas líneas. Pondré algunas hojas de mi diario en una botella que tenía Lyoren, hay que avisar de esto, hay que dejar constancia de lo que pasó, aunque más no sea una breve advertencia. La arrojaré una vez que esté en cubierta.
Con suerte, esta será mi primera historia, mi primer informe para la Casa de la Memoria de Feniorim. Quería ser historiadora, quería ser libre.
Extraño a mi padre.

Varkhen dejó de leer y sintió compasión por la joven que había escrito, se sintió cercano a ella. En su interior, deseó de todo corazón que ella, Lyoren y el capitán Hankel hubieran llegado a los botes para poder escapar de la monstruosidad que era esa cosa llamada Uzkartaros y sus semillas.
Hundió la cabeza en el pecho y se quedó mirando la arena a sus pies, repasando todo lo que había leído y de pronto sintió un gran alivio, un gran cariño por su pueblo, por la vida tranquila y libre de aventuras.
Levantó la cabeza e inspiró profundamente el aire salado y frío, el viento que soplaba fuerte, alborotándole el cabello. No estaba feliz, no podía estarlo con lo que había leído, pero la sonrisa que se insinuaba en sus labios era de tranquilidad al saber que su pueblo era sereno y hasta aburrido… la sonrisa se congeló en su rostro.
Se puso de pie de un salto y contempló hacia el puerto. Había un cuantioso grupo de personas que miraban hacia el mar, todos se estaban preparando para recibir a un navío que estaba llegando a las costas de Lengel.
Apretó con fuerza las hojas que tenía entre las manos y miró con creciente horror las velas blancas de aquel barco, velas blancas con la insignia del águila y la espada. El “Tritonis” se acercaba con su inefable carga.
Mientras salía corriendo para advertir a su gente, a la pacifica y aburrida gente de Lengel, escuchaba las palabras de su abuelo: “Son los vientos que traen malas noticias del mar”.

No abras lo que no debe ser abierto...

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